Aunque muchas otras veces decimos que sí a lo que Dios nos pide a través de su palabra o invitaciones a trabajar en la iglesia, mínimo a asistir a un evento, a un culto o a participar en un ministerio, pero sabemos que en el fondo no lo queremos hacer.
Jesús en su maestría con la que compartía sus enseñanzas nos lo ilustró con los dos hijos, a los que su padre les pide cariñosamente su ayuda en algo justo y correcto; uno dice que sí lo iba a hacer, pero no lo hizo y otro que fue sincero, le dijo que no tenía ganas de hacerlo, pero reflexionando, se arrepiente y lo hace.
Los dos eran sus hijos; a los dos el que se les acerca es su padre, no ellos a él; a los dos les habla cariñosamente (el término griego para hijo así lo indica); a los dos les pide algo justo. La diferencia no está en el Padre sino en cada hijo. Uno, era (como los fariseos) de los que dicen y no hacen -según las propias palabras de Jesús-; el otro aunque no tenía las ganas, ya que realmente lo que buscaba hacer era su voluntad y no la voluntad de su Padre, meditó, reflexionó y sobre todo se arrepintió y prefirió hacer la voluntad de su Padre antes de su voluntad.
Cuando nos enfrentamos a esta narración irremediablemente nos tenemos que comparar con alguno de los hijos ¿tu eres de los que dicen y no hacen? ¿eres de los que ni dicen ni hacen? mejor NO LO DIGAS ¡HAZLO!
No hay comentarios:
Publicar un comentario